En su libro ‘Inés y la alegría’, la añorada escritora Almudena Grandes dejó una frase maravillosa: “La Historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con el amor de los cuerpos mortales”. Si alguien puede confirmar dicha máxima, esos son Patrick y Linda Minter, originales del área de Nueva York y ahora viviendo una vida plena en las montañas de León.
Nada en la historia inmortal hacía prever ese destino, pero ya se sabe: el amor de los cuerpos mortales tiene la capacidad de cambiar cualquier designio.
El comienzo: un viaje por España
Ese relato que ha llevado a Patrick y Linda hasta Vegaquemada, a unos 40 kilómetros de la ciudad de León, es una serie de casualidades y romances, como casi todo. Este comenzó cuando Patrick, todavía joven por aquel entonces, realizó un viaje de intercambio a Madrid. En una de sus escapadas recorrió todo el norte de España: Euskadi, los Picos de Europa, la costa de Galicia. Y en ese momento, lo tuvo claro: se había enamorado de aquella tierra verde y agreste.
El segundo amor que lo cambió todo se produjo años después, a miles de kilómetros del Mar Cantábrico: en Guadalajara, Jalisco, México. Patrick, marcado por aquella experiencia seminal, se había convertido en un hispanófilo consumado en Nueva Jersey. Se leía todos los libros españoles sobre los que podía poner sus manos. Miguel Delibes, Benito Pérez-Galdós, Karmelo C. Iribarren. La propia Almudena Grandes. Y dispuesto a seguir sumido en ese mundo, decidió viajar hasta la Feria del Libro de Guadalajara, en México.
Allí conoció a Linda.
El encuentro: la Feria del Libro de Guadalajara
Linda había vivido en el área de Nueva York desde su infancia, igual que Patrick, pero tuvo que marcharse hasta otro país para conocer al que sería el hombre de su vida. Era 1999 y Linda, cansada ya de su trabajo en una agencia de publicidad neoyorquina, decidió cogerse unas vacaciones largas. Y ella, hispanófila convencida, se dijo: qué mejor que un buen viaje por México para recuperar la alegría. Por supuesto, una de las paradas de dicho viaje fue la Feria del Libro de Guadalajara.
Allí, entre stands y libreros y barullo y olor a comida en cada calle, Patrick y Linda cruzaron sus miradas. Primero fueron unas pocas palabras, luego muchas risas. Y comenzó ahí una relación de años en la que siempre tuvieron un objetivo: marcharse a ese norte de España del que Patrick siempre hablaba, evocando sus recuerdos de juventud. Soñaban con una pequeña granja, con un lugar que estuviese cerca de las montañas y de la playa, si es que eso era posible. Y durante mucho tiempo todo ello no fue más que eso, un sueño que los mantenía unidos. Al menos hasta 2020.
En los primeros días conviviendo con la pandemia del COVID-19 y las restricciones que se impusieron, tanto Patrick como Linda se dieron cuenta que ya aborrecían la gran ciudad. Que Nueva York no era para ellos. Sintieron la llamada a alejarse del bullicio neoyorquino. Y fue ahí que aquel sueño se tornó en opción. ¿Por qué no escaparse, ya y sin vuelta atrás, a España?
Se pasaron días comprobando precios de propiedades y, con ayuda legal, vieron que no les supondría un enorme esfuerzo financiero. Descubrieron la oportunidad de solicitar para una residencia no-lucrativa. La consiguieron. Y esto es lo que hemos aprendido de su viaje.
La búsqueda: oportunidades asequibles en el norte de España
Lo primero de lo que se percataron Patrick y Linda Minter cuando comenzaron a buscar una propiedad rural asequible en el norte de España es que, ante todo, estas se pueden dividir en varias categorías.
Por un lado, están las casas tradicionales del centro de un pueblo o una villa. Espacios de una o dos plantas, insertados las pintorescas callejuelas, que lindan pared con pared con otras viviendas. También están los caseríos antiguos, aislados, sitos en fincas apartadas de los centros neurálgicos y que cuentan con su pedazo de bosque, o tierra para labrar. Ya más cerca de las ciudades, uno también puede encontrar casas unifamiliares de estilo suburbano, grandes y a pie de las carreteras rurales. Los conocidos como chalets. Y, por último, en partes del interior de Galicia, Asturias o León uno puede hasta adquirir una aldea entera por el precio de una cuota inicial de una casa en EEUU.
Las opciones, se dieron cuenta Patrick y Linda, eran casi abrumadoras. Sin embargo, algo facilitó su trabajo de buscar una propiedad en España: las reglas generales del sector inmobiliario norteamericano también se aplicaban en el país al que querían mudarse. Cuanto más lejos de los lugares de importancia económica o turística, más barata es la propiedad. Pero alejarse demasiado significa aislarse. Y es, precisamente, en lugares intermedios donde uno puede encontrar la oportunidad de construir un pequeño paraíso rural por tan sólo 100.000 dólares.
Y eso hicieron.
La decisión: el verano de 2020
Linda y Patrick viajaron en el verano de 2020 a España con una idea clara: debían finalizar su búsqueda de vivienda en esos meses. Se aplicaron al máximo, y pasaron semanas explorando propiedades por toda la costa norte.
Primero en el noreste de Asturias, una zona conocida por sus playas vírgenes y por el Parque Nacional de los Picos de Europa. He ahí la combinación que buscaban. “La primera mañana, seguimos al agente inmobiliario por la carretera de montaña que une Cangas de Onís a Ribadesella”, explica Linda, que sentencia: “Y nos enamoramos”.
Allá lo tenían todo. Montaña y rutas para perderse por los Picos de Europa en Cangas de Onís, playa, surf y ambiente en Ribadesella. Decenas de pueblos perdidos entre ambos puntos. Incluso una notable comunidad de expatriados que habían decidido establecer allí su vida. Estaban a punto de quedarse, pero, ya se sabe: “La Historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con el amor de los cuerpos mortales”.
Patrick recibió una llamada el 12 de agosto. Habían conseguido aprobación para participar, como voluntario, en varios proyectos de conservación del patrimonio cultural, en el interior de León. Y allí se fueron.
El fin: la compra
León es uno de esos espacios intermedios que no son muy turísticos ni están aislados. En dicha provincia donde la montaña es religión, casi todo es asequible. De hecho, muchas cosas podrían calificarse como baratísimas.
La primera casa de Patrick y Linda en León, mientras acondicionaban su nueva casa, fue un apartamento amueblado en el corazón del casco histórico. Su precio: 750 dólares al mes. Ahí se dedicaron a los placeres de una ciudad española: beber una copa de vino en el patio de un restaurante por menos de 2 dólares, comer por menos de 10. “Decidimos que nos íbamos a quedar en León de por vida”.
Finalmente, la pareja que había dejado Nueva York hace menos de dos años se fue a su adquirida parcela con vistas a la montaña en un pueblo a unos 16 kilómetros de León. Y allí sigue, hoy, su historia de felicidad, enamoramientos y casualidades.
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