El fenómeno de los flujos migratorios no es un hecho reciente, ni una invención de la sociedad moderna. A lo largo de la historia de la humanidad, las migraciones se han manifestado sistemáticamente en diversos grados y grados. A perpetuidad. Son un elemento integral de los procesos de desarrollo y avance. Han persistido indefinidamente y no muestran signos de cese en la actualidad.

Sin embargo, sí es exacto afirmar que los patrones migratorios en España han experimentado un notable aumento en las últimas décadas, con la excepción de los años más severos de la recesión económica (2008-2014), durante los cuales un número significativo de individuos que habían llegado anteriormente optaron por partir de una nación que lidiaba con un clima económico difícil. Los acontecimientos mencionados han instigado diversas transformaciones o ejercido presiones para la transformación en los ámbitos legislativo, ético y social.

Dado que la migración es un proceso de desplazamiento con aspiración de estabilidad, el retorno de los inmigrantes a corto y medio plazo no siempre es previsible ni rutinario. 

Examinemos estos puntos en mayor profundidad.

Cambio en las últimas décadas del siglo XX

La sociedad española ha vivido procesos de transformación muy potentes en la segunda mitad del siglo XX, y los flujos migratorios han tenido mucho que ver con ello. En este caso, en vez de estar provocados por la emigración a otros países, dinámica histórica en España, ha tenido que ver con la llegada de ciudadanos extranjeros.

Dichos flujos han transformado profundamente los perfiles de la sociedad española. No se trata solamente del peso adquirido por la población de origen extranjero en España, que tras haber alcanzado su máximo en 2011 con 5,7 millones de personas (en 2021, 5,4 millones) sino de los cambios que ha operado en las raíces culturales de España.

Ilustración 1: Colectivos de “extranjeros” por nacionalidad y país de nacimiento. Fuente: EPA (INE). Cuarto trimestre de 2021.

El país presenta ya un nivel de multiculturalidad comparable con los principales países del mundo desarrollado, con mucha mayor tradición receptora. Esto no hace más que enriquecer el país y lo hace, además, con una presencia mucho menor de comportamientos o políticas xenófobas o racistas si comparamos a España con otros países de su área de influencia.

En Italia, sin ir más lejos, se ha producido la victoria en las elecciones generales de un partido posfascista como es Hermanos de Italia, liderado por Giorgia Meloni. Y Suecia, en sus elecciones del 11 de septiembre, vio cómo la ultraderecha vivió un resurgir sin precedentes para auparse, probablemente, al poder. Otros países como Polonia o Hungría han aprobado políticas abiertamente racistas. Y en ese contexto, España está lejos de parecer una isla de resistencia ante el asalto de la intolerancia.

Las polémicas migratorias existen, también, en España. En este año, quizás ninguna ha tenido la repercusión que sí alcanzaron los saltos a la valla de Melilla, donde se denunció la excesiva fuerza utilizada por la Policía Nacional, la tortura y asesinato a los que fueron sometidas muchas personas por parte de la policía marroquí, así como el continuo chantaje con el que Marruecos somete a España con su política de fronteras.

Y, por último, también cabe señalar el amplio flujo de refugiados e inmigrantes llegados de Ucrania, por causa de la invasión del país por parte de Rusia. En abril de 2022, ya se hablaba de unos 140.000 refugiados ucranianos en España.

Ausencia de modificaciones legislativas

En cualquier caso, pese a este aumento de los flujos migratorios, las iniciativas adoptadas a nivel legislativo no han sido de un número desmedido. Más bien todo lo contrario. En este sentido, cabe mencionar la aprobación de la Ley 12/2009, de 30 de octubre, reguladora del derecho de asilo y de la protección subsidiaria, así como varias reformas parciales de la Ley Orgánica 4/2000, de 11 de enero de 2000, sobre Derechos y libertades de los extranjeros en España y su integración social, y su Reglamento de desarrollo. También la Ley 14/2013, de Apoyo a los Emprendedores y su internacionalización, así como el reciente Real Decreto que ha reformado del reglamento de la Ley Orgánica de Extranjería.

Por último, otro acto legislativo con cierto efecto sobre las políticas migratorias y de extranjería ha sido la reciente Ley de Nietos, que inició su camino a la aprobación en el verano de 2022 por el gobierno de coalición. Aunque esta “Ley de Memoria Democrática”, tal es su nombre oficial, no es explícitamente una ley centrada en regularizar los flujos migratorios, sí tiene cierto efecto sobre los descendientes de españoles que pueden solicitar la nacionalidad de sus antecesores. En ese sentido, con esta nueva ley se amplía el espectro de personas que pueden solicitar la nacionalidad hasta los nietos y nietas de españoles, en aquellos casos en los que los abuelos o padres hubiesen perdido la nacionalidad debido a un exilio por motivos ideológicos, religiosos, o de orientación sexual, e incluso alcanza a bisnietos/as.

Por el resto, el último Plan Estratégico de Ciudadanía e Integración 2011-2014 expiró sin que hasta el momento haya llegado a ver la luz una nueva estrategia general en este ámbito. Y precisamente durante esos años de crisis económica y de empleo, se ha hecho patente la vulnerabilidad de los hogares formados por personas de origen extranjero.

Así pues, el momento parece propicio para que España aborde una aproximación integral a la realidad del nuevo escenario migratorio en España, desde el punto de vista de sus efectos y su aportación en distintos ámbitos. Un prisma más amplio que abarque desde el origen de los inmigrantes que se establecen en España hasta los propios detonantes de los procesos migratorios, entre los que la reagrupación familiar ha aumentado en importancia.

[GRAPH] Crecimiento interanual de la población en España - INE

Hay que tener en cuenta que en el país viven ya miles de niños y jóvenes nacidos o socializados muy tempranamente —la denominada segunda generación—, así como más de 1 millón de nuevos españoles como resultado de la intensificación de los procesos de naturalización. Y no solo eso, sino que el paso de la pandemia parece volver a marcar un aumento en la tendencia de inmigrantes que ponen rumbo a España.

Una nueva forma de verlo

Todo lo anterior obliga a adoptar un nuevo enfoque a la hora de valorar los efectos y oportunidades de los flujos migratorios, pues ya no todas las personas de origen foráneo en nuestro país han vivido directamente la experiencia migratoria o encajan bien en la categoría de “inmigrantes”. De hecho, se hace complejo encontrar un único término que defina a las personas protagonistas de los flujos migratorios. Hay muchas definiciones sobre inmigración en España.

Quizás, más allá de la palabra “inmigrante”, un concepto sociológico más amplio, se debería comenzar a hablar también de la categoría jurídica de “extranjero”. Este término, por una parte, apela únicamente a la nacionalidad de los sujetos y, por otra, remite a la legislación “de extranjería”, asociada en su mayor parte en España al Régimen General aplicable a los ciudadanos extracomunitarios.

“Inmigrantes” serían todas aquellas personas en cuya biografía aparece un trasfondo migratorio que influye decisivamente en su trayectoria vital, independientemente de que haya experimentado en primera persona el traslado de un país a otro. O que, como ocurre con los hijos nacidos o llegados con corta edad al país de destino, no lo hayan hecho, pero crezcan en un contexto bicultural marcado por el viaje emprendido por sus padres o incluso sus abuelos.

En este sentido, la adquisición de la nacionalidad española o de otro país de la Unión Europea tampoco borra necesariamente ese trasfondo en cuanto a sus consecuencias en la vida de las personas. Del mismo modo que no podría dejar de considerarse su impacto a los más de dos millones de residentes en España, de nacionalidad española, nacidos en el extranjero.

Por ejemplo, si adquiero la nacionalidad española por residencia, ¿pierdo mi nacionalidad de origen?

Así pues, en resumen, el reto de España de cara al futuro es doble en el espacio de la migración: por un lado, integrar a los inmigrantes; por otro, crear nueva legislación para todos aquellos extranjeros que deseen dejar de serlo.

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